Cuando me remití a la historia de Cristo, escuché cosas rarísimas acerca de Él. Se dijo que cumplió un sacrificio como ningún otro. Que restauró el Espíritu de una Ley que antes nos llevaba a Dios (pero que se había perdido). Que su mensaje era tan brutal que podía remover conciencias y dar caricias al mismo tiempo. Que tomó una ley que parecía justa y la colocó justo debajo de nuestra capacidad de imitar sus actos de amor.
¿Qué significa todo aquello?
Cristo, no habiendo otro como Él, vive entre nosotros, como nosotros y para nosotros.
Entre nosotros, quizá para el acto de propiciación fuera justo. Como nosotros, para que no nos sea imposible imitarle. Para nosotros, porque el significado de todo converge en nuestra fe dirigida hacia el Amor que nos tuvo.
Pero, ¿qué hace exactamente Cristo?
Nos entrega la responsabilidad de imitarle. Su Amor se lleva a cabo de una manera tan perfecta que se enajena completamente de su capacidad de replicar, aun sabiéndose justo. Se niega a sí mismo. Y nos dice: no basta con cumplirlas todas. No se trata de querer ser justo y sin objeciones. Va más allá de eso: se trata de amar.
lunes, 26 de abril de 2010
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