martes, 27 de abril de 2010

08. La conciencia.

Como hombres, en nuestra imperfección, necesitamos de una ley que nos resguarde en caso de término del amor. Pero, ¿por qué no más una Ley con Cristo? Porque Cristo nos adelanta el Amor, antes que siquiera pensemos en amarle nosotros a Él. El nos ama primero y sella ese pacto con su muerte en la cruz. De este modo, tal sacrificio se hace perfecto y deja fuera nuestra posibilidad de error.

El Amor de Cristo es un amor espectante, incondicional, permanente. No depende de nuestra imperfecta capacidad de amar. Ante eso, y cada vez que nosotros queramos encontrarnos con Él, sólo debemos hacer recíproco ese Amor.

Así, las desiciones que nosotros tengamos que tomar en nuestra tarea de vivir, se guiarán por nuestra relación de amor con Cristo. Yo y mi Amado [Cristo] estamos en una relación de amor. ¿Y el freno a nuestros actos? Nuestra conciencia.

lunes, 26 de abril de 2010

07. El Amor.

Tengo una novia. Espero acepte mi deseo de casarme con ella cuando estemos con ese propósito ante Dios a fin de año. Pero antes de eso, le hice una pregunta: ¿qué vamos a decir cuando nos pregunten que tipo de ley nos regirá en caso de separación?

Pero, ¿para qué una ley si nos amamos? Porque la ley se activa cuando el amor se termina, y en base a eso, no es posible tomar una desición que nos beneficie a ambos. ¡Claro, de eso se trata justamente!

Cristo viene. Vive el Amor al nivel de verse crucificado. Ni aun en la cruz se motiva a una venganza. Con eso suceden dos cosas: nos entrega la Gracia y Él reestablece al Amor.

La Gracia es: yo [Cristo] siendo totalmente Justo, muero sin merecerlo (ante Dios), y permito de esa forma que tú, sí mereciéndolo (al no haber ninguno de nosotros totalmente justo), puedas através de éste sacrificio, volverte justo.

El Amor es: como la Ley actúa cuando ya no puedes por ti mismo decidir como agradar a otro, entonces niega toda posibilidad de conveniencia hacia tu persona y, desposeído de todo orgullo propio, date por el otro (aunque no lo merezca para ti, tal cuál tú no lo merecías para mi).

06. Los mandamientos.

Al problema de sentirme descontextualizado con los de afuera, se sumó que mi propia identidad también se descontextualizaba dentro de la misma iglesia. Debí verme de cierta forma. Opinar de cierta forma. Cantar de cierta forma. Llegar a Dios, sólo de cierta forma.

No podía, tal cuál mis rollos, vivir y ya. Luego, se me comienza a dejar aparte si no hago todo como algún iniciador nos ordenó (el que inició la iglesia de mi ciudad + el que inicio el movimiento en mi país + el que la inició el pentecostalismo + el que la tradujo de la Biblia + el que escribió la Biblia). Todos dando órdenes, porque así siempre se ha hecho, porque así ha funcionado, porque, aunque Cristo muere por nosotros y nos hace libres (hasta ese punto, no sabía de qué bien todavía), nos deja muchos mandamientos que nos hacen buenos para Él.

¿No que Cristo moría por nosotros porque ninguno de nosotros podía ser lo suficientemente bueno para Él? ¿No que el antiguo pacto (que hizo antes Dios con el pueblo de Israel) muere con Cristo y un nuevo pacto en y por Cristo se resucita junto con Él?

¿Cuántos mandamientos entonces hay? ¿Cuáles escojo, los que me convengan? ¿Y mi conciencia, para qué está?

05. La iglesia.

Me llevaron de chico al templo. Asistí primero a una congregación de corte pentecostal (si te cruzaste con gente de ternos, megáfonos, guitarras y faldas en las calles, te hablo de ellos). Yo mismo salí en varias ocasiones a llevar la batería con la que se alimentaban los parlantes. Cantaba. Alguna vez también invité a pecadores a la dirección dónde hacíamos los cultos. Lloré muchísimas veces de culpa y de arrepentimiento entre las bancas. Crecí.

Me enfrenté a los problemas de ser más grande, más preguntón. No que Dios estuviera en aprietos si quisiera hablar de Él. Sólo que mucho de lo que escuchaba en el púlpito, sólo tenía sentido entre gente estuviera en las bancas. Fuera de las cuatro paredes, sonaba sino ridículo, molesto.

Quise citarme esos versículos de la Biblia que me hablaban de que el mundo (como se les llama a quienes no son conversos a la fe cristiana) no tendría comunión con quienes vivíamos en la luz (como se le dice a quienes asisten a una iglesia).

Pero, ¿no que Cristo dormía con pecadores, comía con impuros, caminaba con leprosos, se cruzaba con prostitutas? ¿Que acaso los pecadores, impuros, leprosos y prostitutas tenían que cruzar el umbral de la puerta de mi templo para hacerse dignos de mi amor?

Había algo que me gritaba, más allá de la letra autcomplaciente, y muy dentro de mi conciencia, hacia un giro en dirección diferente.

04. Cristo.

Cuando me remití a la historia de Cristo, escuché cosas rarísimas acerca de Él. Se dijo que cumplió un sacrificio como ningún otro. Que restauró el Espíritu de una Ley que antes nos llevaba a Dios (pero que se había perdido). Que su mensaje era tan brutal que podía remover conciencias y dar caricias al mismo tiempo. Que tomó una ley que parecía justa y la colocó justo debajo de nuestra capacidad de imitar sus actos de amor.

¿Qué significa todo aquello?

Cristo, no habiendo otro como Él, vive entre nosotros, como nosotros y para nosotros.

Entre nosotros, quizá para el acto de propiciación fuera justo. Como nosotros, para que no nos sea imposible imitarle. Para nosotros, porque el significado de todo converge en nuestra fe dirigida hacia el Amor que nos tuvo.

Pero, ¿qué hace exactamente Cristo?

Nos entrega la responsabilidad de imitarle. Su Amor se lleva a cabo de una manera tan perfecta que se enajena completamente de su capacidad de replicar, aun sabiéndose justo. Se niega a sí mismo. Y nos dice: no basta con cumplirlas todas. No se trata de querer ser justo y sin objeciones. Va más allá de eso: se trata de amar.

03. No supe cómo amar.

Seguramente cuando menciono a Cristo, cargarás tus ideas de iglesias, de gente que te predica, de tipos que buscan hacer de ti alguien que no te interesa, de templos llenos de ruido o de liturgias cargadas de símbolos que no comprendes. Bien, gracias a Dios, nada de eso es Cristo.

Quizá convengamos que hablar de amor es algo a todos nos afecta de uno y otro modo. Hay gente que se pone melosa. Hay algunos que sienten cierta desepción. Otros incluso sentirán que no sirve de mucho. No obstante, quiero atreverme por una vez más, a que consideres sentarte y hablar de esto que comparé con Cristo.

Pensé en el amor como una motivación que guía mis actos y obtiene lo mejor de mi en relación a otra persona. Más no supe bien cómo amar. Siempre me fue menos complejo querer amar a quién quería que le amara. Pero nunca imaginé amar a quién de mi nada espera. No sólo por la dificultad que ello acarrea, sino también porque no vi cómo hacerlo más allá de la caridad con la que siempre asocié amar a un extraño. Sin embargo, cuando me vi sin saber como amar, puse mi atención en quién resultó ser todo Amor.

02. Las preguntas y la fe.

Cuando me veo como hombre y pretendo conducirme en la vida, me encierro en varios aprietos que me son necesarios solucionar. Tal solución no siempre ha sido una respuesta, también son caminos que se muestran para caminarlos, con un fin incierto, incalculable; pero que convidan a recorrerlos, aun cuando no encuentre jamás en ellos certezas, pero sí esperanzas.

Entre tales aprietos, y el que considero cada ser ha pensado en el paso por nuestro mundo, ha sido el de nuestras existencias. Saber porqué, para qué, por quién, hasta cuándo, desde cuándo y con quiénes existo. En ello he tenido que pensar. He tenido que observar. He tenido que aprender.

Qué cosas son ciertas y qué son mentiras. Qué es parte de la realidad mía, y qué de la ajena. A qué puedo llamarle verdad y a qué no. Está todo dentro de un plan, o el azar nos condujo hasta estas letras.

Encontré mi respuesta en la fe, que sin darme cuenta, me condujo hacia el amor.

Y la fe no es una respuesta que encontré trás la lectura. Tampoco resolvió la interrogante de la costilla de la que salí. Menos vino a enfrentarme con lo que la ciencia me enseñaba. La fe sólo me dio la certeza de que existo por Alguien, que ese Alguien es Cristo y que Cristo es en sí mismo el Amor.

01. Prólogo.

Me he propuesto la brutal tarea de hablar de Amor. Y quizá ni siquiera sea una proposición, sino más bien una consecuencia de haber vislumbrado en la medida justa, la puerta que se me ha abierto en la realidad de lo que concibo. Y es que la tarea se me hace obligada pues si sé de Amor, entonces conozco en algo su aplicación, su forma, su esencia, sus implicancias.

Es el Amor aquello que da sentido al cosmos. Es una forma de ver el mundo que nos invita a la acción, pero como negación de nuestros intereses por debajo de los intereses de los demás. Es todo cuánto podamos soportar y recibir, más que de derribar y entregar. Nada que ver con lo que yo creía, por cierto.

El Amor está directamente relacionado con nuestras existencias, pues el lío de vivir trae problemas que sí podemos contener cuando estamos intentando amar. Es más, cuanto se pretenda hacer fuera del Amor, nos enreda, nos deprime, nos borra la esperanza, nos derrumba la fe.

De este modo, si sabemos de qué se trata amar, Quién nos mueve a amar y cómo intentarlo, estaremos emprendiendo juntos la misma salida desde lo individual, y formaremos en conjunto la que llamaré la más brutal tarea emprendida por el hombre.

Quedan invitados.